viernes, 17 de noviembre de 2023

Libros

 

Tengo un montón de libros en casa y poco sitio donde guardarlos. El tercer ingrediente es que me gustaría tener más libros, como entre en una librería, la tentación es tan grande como si se tratase de una pastelería, me quiero llevar tres o cuatro libros. 

Así que un día me puse a examinar las estanterías de casa, a fijarme en cada libro, por si podía deshacerme de alguno. La verdad es que de entrada sólo encontré dos ejemplares que podía eliminar sin problemas: uno estaba basado en una historia real y, aunque resultaba sorprendente e insólita, no recuerdo que literariamente fuese para echar cohetes. El otro creo que era un premio Planeta, pero su prosa me había resultado tan cargante y enrevesada que no me dejó disfrutar del contenido, del que, por otra parte, tampoco recordaba nada.

En el resto de libros que quedaban en mis estanterías, dos categorías: o libros que me encantaron /marcaron que querré conservar siempre o libros de los que no recuerdo nada. Esto podría ser la disculpa perfecta para aniquilarlos, pero por algún motivo tuve compasión y pensé que quizá debería darles una segunda oportunidad. Así que me surgió la idea de releer los candidatos al descarte antes de eliminarlos definitivamente. Esto es un poco lo que me pasa con la ropa, me cuesta deshacerme de ella, aunque lleve años sin ponerme una prenda. Así que lo que hago es obligarme a ponérmela un día y, si no soy capaz de sacarla de casa o me la pongo, pero me paso todo el día cruzada, hay que echarla del armario.

Empecé la repesca con un libro cortito, por aquello de que ahora no dedico demasiado tiempo a la lectura. Si escogiese un gran libro y no pudiese ni llegar a leer un buen trozo en poco tiempo, creo que me bajaría con más facilidad de la historia sin llegar a saber si “la culpa” había sido del libro o mía. Y resulta que empiezo a leer mi pequeño libro y, aparte de no recordar haberlo leído nunca, me está resultando que la idea central es encantadora y que es una historia que me transmite mucho. Esto me lleva a pensar que no leí este libro cuando debía, ya sea por edad o por circunstancias personales. Quizá no me habían pasado las cosas que me tenían que pasar para que este libro me llegase o quizá cuando lo leí, yo era otra, simplemente una persona que nada tenía que ver con la historia que aquí se cuenta. Y dándole vueltas a esto, pensé que a lo mejor los libros de adultos tendrían que llevar indicaciones como los libros infantiles, que dicen la edad más apropiada para su lectura. O quizá el tema no es la edad y deberían incluirse advertencias del tipo “leer si alguna vez has perdido a alguien”, “apropiado si tuviste una relación estrecha con algún adulto de tu familia”, “libro para los que gustan de la vida sencilla y las relaciones profundas”. No sé, algo así.

También pensé que los libros, al tener mucho de acompañantes y algo de amigos, no dejan de ser como las personas que te vas encontrando en la vida. Hay algunas que te duran siempre, esas que conociste en el cole y con las que todavía sigues quedando, aunque ahora habléis del trabajo y los hijos y no de la clase que toca después del recreo. Serían como la Historia Interminable o El Señor de los Anillos, siempre en mi biblioteca. Otras son como tu mejor amiga de aquel verano, que simplemente dejó de ser parte de tu vida sin que pasase nada en particular. Ese puede ser el caso del libro que me estoy leyendo, me va a hacer feliz un tiempo, pero no creo que se quede en la estantería. Y otras estuvieron en tu vida pero te dejaron un sabor tan amargo que directamente fueron los libros que acabarán en el contenedor de papel, para que nadie más tenga que pasar por semejante lectura.

jueves, 19 de octubre de 2023

Al final del día

 Llega el final del día y me lo tomo como casi siempre, con esa mezcla de cansancio al límite y de satisfacción por el "trabajo bien hecho". Al final parece que pude con esta semana post-puente llena de cosas por hacer. Al final me deshice por fin de las dichosas cápsulas de café. Seguro que contaminan y no se reciclan tan bien como dicen, pero es que se puede ser ecologista e imperfecta a la vez. Al final parece que no nos pillaron todos los chaparrones (figurados y reales). Y es que al final, así como sin querer, ya es jueves, que no es como un viernes, pero casi, porque el anuncio de la felicidad también es felicidad.

sábado, 10 de septiembre de 2022

Nostalgia

 

Hoy he vuelto a pensar en ti.

Me pasa siempre en los primeros días de playa, aunque no acierto a saber por qué. Porque nosotros nos veíamos a lo largo de todo el año, si acaso, un poco menos en verano, y lo nuestro no fue un amor de una sola estación, estuvimos juntos varios años. Pero aun así, en verano, los primeros días de playa y el sol reflejándose en las olas te devuelven cada año a mi memoria.

Me pregunto qué habrá sido de ti, qué estarás haciendo ahora, pero en realidad no quiero saberlo porque no pretendo recuperarte, sólo añoro al que eras entonces. Añoro aquellas risas, aquellos días largos y aquellas noches cortas, la vida por delante y la falta de peso en la espalda. Añoro la persona que era yo, casi una niña tal y como lo veo desde mi yo de ahora, tan ligera de equipaje y tan cargada de sueños. Colada por tí hasta los huesos y llena de alegría. Y tú que lo eras todo o al menos me hacías sentir que a tu lado no necesitaba nada más. Pero no sé por qué te recuerdo en verano, cuando pasábamos juntos el año entero. A veces creo que yo sólo vivo en verano, como si me pasase hibernando el resto del año y a lo mejor por eso asocio los buenos recuerdos exclusivamente a esa estación. Pero siempre nos pienso en la playa, riendo y disfrutando con amigos y sintiendo la vida sólo con mirarte a los ojos. Creo que vivía inmersa en ellos, como si el mundo no existiese más allá.

Podría llamarte, volver a escuchar tu voz, pero no es eso lo que quiero. No te quiero a ti, no te añoro. Añoro a la persona que era yo cuando te quería.

martes, 7 de junio de 2022

Domesticando

Yo tengo el pelo rizado. De pequeña tenía unos rizos grandes y rubios y era una monada, pero aun así recuerdo que siempre me peiné como si el objetivo final fuese llegar a tenerlo liso. Por las mañanas salía de casa peinada, con un chicho, coletas, trenzas, lo que fuera, y por la tarde volvía del cole con una nube de pequeños ricitos alrededor de mi cabeza. Recuerdo que tenía una compañera con el pelo absolutamente liso y brillante y miraba siempre con envidia su coleta, delgada y ordenada, frente a la mía que se desperdigaba en todas direcciones. 

En sexto el recuerdo que tengo es de descontrol total porque no solo llevaba el pelo suelto sino que, además, se me ocurrió cortármelo con flequillo. Aquello no había quién lo dominase. Más adelante, en el instituto, me dejaba el pelo muy largo y, con cepillo y secador, conseguía una melena lisa, pero el tiempo húmedo de Galicia no ayudaba demasiado a que se mantuviese así. Alguna vez llegué a planchármelo con la plancha de la ropa y cuando salía de noche dedicaba un montón de tiempo a dejarlo perfectamente liso...para volver después a casa igual que cuando volvía del cole.

Con todos los años que han pasado, ahora creo que estoy mejor con el pelo liso, pero al menos me permito muchas veces salir a la calle con mi pelo natural que, asombrosamente, sigue formando rizos grandes si se lo permito. Así que resulta algo absurdo y cansado, pero sí, sigo intentando domesticar algo que nunca se va a cansar de hacer lo contrario de lo que yo pretendo.

Profesionalmente me dedico a la jardinería y últimamente, con todo el movimiento medioambiental de fomentar la biodiversidad, la sostenibilidad, etc. todos los que nos dedicamos a esto hemos tenido que plantearnos si se puede seguir tal y como estábamos trabajando o habrá que cambiar todos o casi todos los planteamientos. Vas por la ciudad y a veces los terrenos abandonados y llenos de hierbas en flor, que no están incluidos en el mantenimiento público, tienen un aspecto más agradable que la mediana que hay a unos metros con el césped recién segado; encima no consume agua de riego ni otros recursos y el coste de su mantenimiento es inferior, por no hablar de la biodiversidad que alberga. En los alcorques de los árboles, para mantenerlos limpios tal y como indican los pliegos municipales, habría que invertir muchas horas de mano de obra...y resulta que la tendencia actual nos dice que lo mejor es llenarlos de flores...Podamos cientos de árboles que no necesitan ser podados, eliminamos hierbas y hierbas que al día siguiente van a volver a salir (esto es Galicia)...y pienso que no es racional que, al final, el trabajo de los profesionales que nos dedicamos a la naturaleza se reduzca a luchar contra su tendencia natural, como hago yo con mi pelo.

Si amplío esta reflexión a todos los ámbitos de mi vida, a lo mejor me vuelvo loca, pero es que me paso todos los días cansada, porque me levanto temprano pero me acuesto tarde. Yo "funciono" bien si me levanto como a las nueve de la mañana, tengo más energía, mejor humor...pero no, tengo que levantarme a las siete para trabajar, para que mis hijos lleguen al cole.... y ellos también se levantan con sueño, porque su hora ideal de levantarse también es más tarde. Como seres humanos hemos alcanzado objetivos increíbles pero en nuestra vida nos hemos obligado a madrugar, que es una cosa horrorosa y que atenta contra nuestras necesidades naturales. Y ya, si sigo divagando sobre esto, pienso en mi hijo, que desde pequeño es un terremoto pero también tiene una mente brillante e ingeniosa como pocas, y siento que toda su vida es un intento por "domesticarlo" para ajustarlo a un estándar...como hago con mi pelo rizo, como hago con los jardines, como hago con mi descanso....

Al final del día hacemos mil cosas que no nos apetecen pero se ajustan a un modelo que hemos ido pensando y hasta consensuando pero ¿está esto realmente bien? ¿es necesario o ineludible o nos hemos vuelto un poco locos en esto de intentar domesticarlo todo?¿seríamos más felices como sociedad si fuesemos más flexibles? ¿Todo esto que pienso tiene sentido de verdad o es la falta de descanso y debería simplemente tomarme otro café?

jueves, 19 de mayo de 2022

Operación biquini

Llevo unos días pensando en la operación biquini y no me puedo sacar de la cabeza lo absurda que es. Todos los años por estas fechas, o antes si ya ha empezado el buen tiempo, comienzo el examen/inspección de mi propio cuerpo para detectar si se ajusta a los parámetros que se supone que debe cumplir para que yo vaya a la playa o piscina dignamente. Nadie me lo ha contado ni yo los he visto jamás, pero actúo como si en la entrada de la playa hubiese empleados que miden a la gente y deciden quién pasa y quién no. Como si fueses a un parque de atracciones y según tu altura pudieses subir o no, vamos.

Así que me miro, me pongo delante del espejo, me giro, me muevo...y no, no doy la talla (ja ja ja). Más bien me paso de la talla. Estoy blandita, hay dobleces donde debería estar liso, los muslos se mueven más de la cuenta al caminar y, por supuesto, tengo celulitis. Y empiezan entonces los cálculos: "yo creo que si empiezo una dieta mañana y bajo no sé cuánto a la semana...el 1 de julio...pero claro, adelgazo pero no endurezco....y si hago abdominales? tres veces por semana llegarán?...tengo que recuperar aquellos vídeos de Patry Jordán...." De verdad, qué pereza todo y lo peor, qué absurdo. Pero a qué concurso de belleza me creeré que voy...que es sólo ir a la playa...

Porque desde hace unos años yo he hecho cambios en mi vida de los que me siento muy orgullosa, como conseguir llevar una alimientación equilibrada y más saludable o incorporar a mi día a día el ejercicio moderado pero regular. Ya no consumo fritos, ni precocinados, tomo frutas, verduras y la cantidad aconsejada de legumbres a la semana; he pasado de echar dos azucarillados al café a tomarlo sin azúcar. Compro productos frescos de buena calidad, en el mercado y nunca falta el pescado o una cantidad moderada de frutos secos en mi dieta. Siento que he ganado en salud, en bienestar y me sienta bien pensar que estoy haciendo algo bueno por mí y mi familia.

Pero no estoy delgada, no lo suficiente para ponerme el biquini en verano y lucir cuerpo orgullosa en la playa, no (no doy la talla). Y lo pienso y ahora incluso lo escribo para darme cuenta de lo absurdo que es esto, pero ni aun así me lo quito de encima.

Pero vamos a ver ¿voy a la playa a lucir cuerpo, a ver los cuerpos de los demás? nooo, por suesto que no. Es que la gente que veo en la playa me da exactamente igual, la verdad, tanto los que están gordos como los que están estupendos...yo voy a la playa a disfrutar y a compartir buenos momentos con mi familia, eso lo tengo clarísimo. Entonces ¿por qué está presión si a mí me resbala cómo estén los demás?¿por qué me someto a mí misma a un juicio al que no someto a nadie más?

Hace unos años, después de tener a mi segunda hija, me compre un par de bañadores enteros porque estaba "demasiado gorda" como para seguir poniéndome biquini. No me gustaba esa sensación de tener tela en la barriga, sobre todo después de bañarme y me sentía realmente incómoda y un poco absurda. Además todo el mundo sabe que los bañadores no tapan, no ocultan, sólo disimulan y para eso... absurdo, vamos.

Pero resulta que luego adelgacé, unos 8 kg y ese verano volví victoriosa al biquini como diciendo "me voy a la playa, ahí os quedáis, gordas, yo ya no soy de las vuestras". Absurdo también. Porque ni ahí estaba lo suficientemente bien para estar contenta en la playa, no para mí.

Y después vino un pedazo de pandemia mundial y cogí unos kilillos, como todo el mundo. Pero sobreviví, sigo aquí, de nuevo mirándome la barriga, pero sana y, sobre todo viva. Que en este tiempo mucha gente ha engordado, pero mucha se ha desesperado, otras han perdido las ganas de vivir y muchas hasta la vida. 

Y este año cumplo 50, pero creo que estoy genial, de cabeza y corazón, ahí es nada. Porque a mi alrededor el cáncer de mama atrapa una tras otra a mis amigas y conocidas, las depresiones y demás mierdas mentales ni te cuento y alguna ya no está aquí para contarlo. Puedo sentirme afortunada y lo hago peeeero...estoy blandita, tengo barriga, qué le vamos a hacer.

Así que voy a hacer un esfuerzo, pero no por bajar las calorías de mi dieta, no por matarme a abdominales, sino por llevar una vida saludable que me haga sentir bien. Voy a centrarme en dormir mejor, en descansar lo que necesito, en sentirme vital y contenta, en mantenerme cuerda (o lo cuerda que pueda). Me encantaría verme más delgada, claro, pero el esfuerzo que eso me exige ahora mismo creo que, sinceramente no me merece nada la pena. 

Así que en verano, por supuesto, me pondré biquini para ir a la playa, con dos...

Y reconozco que no es un triunfo completo, porque lo hago porque me da igual lo que piensen de mí, porque a estas alturas de la película lo cierto es que ya me la sopla todo. Pero lo bueno de verdad (a ver si lo consigo algún día) es que yo fuese así a la playa porque crea que mi cuerpo es tan bonito o tan digno de ver o lo que sea como el de una niña de 20. A ver si para los 60 lo consigo...

 

viernes, 11 de marzo de 2022

Cosas insignificantes que me dan felicidad

    Creo que necesito muy pocas cosas para ser feliz pero hay muchísimas cosas pequeñitas e insignificantes que me aportan felicidad. Aquí van unas cuantas pero seguro hay más:

Tener siempre en casa un bote de cristal con pistachos

Que el café salga del microondas a la temperatura que me gusta

Que haya café

Que haga sol

Tener flores en casa y si huelen bien pero no mucho, mejor

Que el melón salga muy bueno

Un reintegro. De lo que sea. Del valor que sea.

Tener dos tipos de queso en la nevera.

La coloración otoñal de algunos árboles

La floración y los primeros brotes en primavera

Cantar entera con la música más bien alta "El equilibrio es imposible"

Encontrar unos pendientes que me encantaban pero que no recordaba que tenía

Conseguir meter todo en el lavaplatos

Encontrar una chorrada que me haga mucha gracia

Encontrar de casualidad por la calle a alguien que me cae muy bien

Tener una conversación agradable con una persona mayor desconocida

Pedir un postre en un restaurante y que esté exquisito

El café rico

La tortilla

Que me den una muestra de algo y me guste

Aparcar con una sola maniobra 

Ponerme a comer en cuanto acabo de hacer la comida

Despertarme yo sola, sin despertador, sin un ruido

El momento en que me meto en la cama y me tapo cuando me voy a dormir

Acertar con un regalo

Que acierten cuando me hacen un regalo

Que me pongan un pincho con la consumición

Salir a la calle muy abrigada cuando hace frío

El primer día de playa

 


jueves, 16 de septiembre de 2021

BFF

Hay un tiempo en la vida en el que las amigas son lo más importante. Sí, ya sé que las amigas son importantes en cualquier época de la vida, pero me refiero a ese momento, a ese tiempo en que tus amigas son lo más, en que lo son TODO.

Yo identifico ese tiempo como el del instituto, aunque duró unos años más, también durante la carrera. Cuando tenía 14 años empecé el instituto y conocí a las que serían mis mejores amigas. De hecho, a algunas todavía las conservo. Yo no era una niña nada rebelde, pero como toda adolescente, pensaba que mis padres no me entendían porque eran mayores y que mis hermanas, aunque me llevaba bien con ellas, no habían pasado por las mismas cosas que yo. Pero sin embargo mis amigas sí, ahí estaban, para hablarlo todo, escucharlo todo y entenderlo todo. Y dentro del grupo, como no, había una con la que yo conectaba especialmente, Chapi. La verdad es que no nos conocimos en el instituto, sino un año antes de que yo empezara; ella contaba fenomenal el día exacto que me conoció y yo reconozco que no lo recuerdo, así que trataré de describirlo como me lo contó. Chapi era amiga de una prima mía que vivía debajo de mi casa. Una tarde fue a casa de mi prima y me llamaron para pedirme un juego y de paso invitarme a jugar con ellas. Chapi decía que en seguida nos miramos y conectamos y yo la creo, porque aunque no identifico ese día en concreto sí recuerdo que me cayó bien desde que la conocí. Recuerdo que ella se reía constantemente cuando yo hablaba y que a mí me pareció que era una niña distinta, más interesante que la media, que tenía algo especial que me invitaba a escucharla y a querer conocerla más. A partir de aquel primer día volvimos a coincidir en alguna ocasión pero nuestra relación de verdad empezó cuando yo llegué al instituto, porque aunque ella tenía un año más, a partir de entonces ya nos veíamos en el recreo y nos íbamos juntas a casa (vivíamos en la misma calle).

Chapi y yo éramos un poco distintas a las demás. Por decirlo claramente, las dos teníamos gafas y sacábamos muy buenas notas casi sin despeinarnos, así que no es difícil deducir que para el resto de la gente éramos unas "chaponas". Además, como íbamos juntas (hasta a misa) y hacíamos las mismas cosas, había incluso quien nos decía que éramos hermanas y la verdad es que nos daba la risa, porque no nos parecíamos en absoluto y además nosotras sabíamos que éramos mucho más que dos niñas con gafas. Por ejemplo, nosotras no bebíamos los fines de semana; no tomábamos "tumbadioses", "cerebros", "pasas" ni ningún otro brebaje de nombre raro de los que daban por la zona de vinos. Y esto no lo cuento con superioridad, como si fuésemos mejores que nuestras amigas, es que simplemente no lo hacíamos, nos parecía una tontería y algo asqueroso. Pero ahora pienso que sin duda fue importante tenernos la una a la otra para ser así, porque a esa edad es difícil no seguir la corriente si estás sola. Lo pasábamos genial así, no veíamos la necesidad de más y a veces nos reíamos tanto y hacíamos tantas tonterías que decíamos que lo nuestro eran los "pedos psicológicos". Cuando estábamos juntas no hacíamos más que hablar, horas y horas, sobre todo ella, ja, ja, ja. Y es que Chapi era como una ametralladora, contando cosas de las clases, de su inmensa familia, de los libros que leía...porque mira que a mí me gusta leer pero ella era una devoradora de libros. Y además tenía algo que a mí me sigue dando una envidia enorme, que se acordaba de todo lo que leía. Las dos leímos el Señor de los Anillos, pero sólo ella recordaba cada personaje, cada lugar y te describía algún acontecimiento del libro como si lo acabase de leer. Por eso su vocabulario era tan rico y ella decía cosas tan peculiares como "osculos" cuando quería mandar besos o empleaba expresiones como "¡albricias!" que yo no había escuchado en la vida. Muchos años después del instituto, cuando ya teníamos correo electrónico, nos enviaba al grupo de amigos "la palabra del día" a la que ella estaba suscrita. Porque Chapi era así, especial y auténtica y en Navidad me enviaba una postal de Gandhi y en mi cumpleaños una del Circo del Sol. Realmente era una persona única, como no haya conocido otra y durante años fue una auténtica constante y referencia en mi vida. Yo le contaba absolutamente todo, quién me gustaba (por supuesto), qué me había dicho, qué le había dicho yo....y cuando llegó la universidad y nos tuvimos que separar nos escribíamos cartas inmensas, a pesar de que nos podíamos ver los fines de semana. Tengo que buscar esas cartas porque aunque yo me escribía con más amigas, las suyas eran mis preferidas, no sólo por lo que me contaba sino por cómo lo contaba. Siempre había algo ingenioso o sorprendente y me reía con ellas como si estuviésemos juntas. Es incalculable la cantidad de momentos buenos que hemos compartido incluso a distancia. 

Y ahora me veo hablando de ella en pasado no sólo porque esté contando cosas que ocurrieron hace años sino porque, aunque me cuesta decirlo y escribirlo, Chapi se murió este verano. 

Pero no hablaré de su muerte en esta ocasión, porque hoy toca celebrar. Hoy es su cumpleaños, y habría cumplido 50 años. Así que lo que toca es brindar por esa vida y en especial por todos los años que tuve la suerte de compartir con ella. Toca brindar por Chapi, una persona única y especial, que vivió como quiso, siempre alegre y decidida, observando el mundo con sus ojos de niña y aprendiendo, disfrutando pero sobre todo amando de corazón. Porque si algo la definía, era el amor, incondicional y apasionado que no dudaba en declarar a todos los que tuvimos la suerte de estar en su vida. Chapi me quería infinito, y no porque yo lo mereciese, sino porque ella sólo sabía querer así, a pleno corazón y sin medias tintas. 

La vida nos debe a las dos un café que tenemos pendiente pero, mientras no llega, nada impedirá que brinde hoy por ella y le desee ¡feliz cumpleaños, Chapi!