jueves, 6 de marzo de 2014

Nunca choveu que non escampara

Me encanta esa frase. Por la esperanza que trasmite, porque te dice que da igual lo terrible que sea lo que te está pasando, siempre habrá un final.
Me encanta por lo gráfica que es, sobre todo si eres gallega y has visto llover tanto y durante tanto tiempo que, realmente parece que nunca llegará a parar. Pero un buen día pasa, vuelve a salir el sol y brilla como nunca, o como siempre.
Últimamente me repito mucho esta frase, precisamente en una época en la que no para de llover y trato de recordarme a mí misma que esto también pasará, que sólo es un invierno más. Y es que mi vida familiar se parece mucho a este tiempo lluvioso.
Si pensábamos que la primera Navidad sin mi madre sería la peor... nos equivocamos. Reconozco que fue realmente duro enfrentarnos a la casa de mi madre y a las fiestas sin ella pero, a pesar de lo bien que lo hicimos, no todo acabó una vez que lo pasamos. Todos los acontecimientos del pasado año hicieron que llegásemos a una nueva Navidad con la misma añoranza o más por la falta de mi madre y el dolor añadido de encontrarnos fuera de casa.
Después de todo lo que pasó en verano, yo ya tomé la decisión de no volver a casa de mis padres, así que fui a Pontevedra dolida pero tranquila, pero mi hermana mayor dijo que no, que ella no se iba a dejar ganar así y que nadie la iba a echar de casa de mi madre, de su casa. Creo que ni ella ni ninguno de nosotros valoramos realmente el riesgo que corrían y, por supuesto, ninguno imaginamos el final que tendrían aquellas navidades.
A pesar de intentar hacer de tripas corazón, a pesar de que salían de casa por la mañana y no regresaban hasta la noche (a veces después de cenar), parece que la presencia de mi hermana y su familia escocía exageradamente tanto a "los ocupantes" de la casa (mi padre y mi sobrino) como a mis tíos, los que viven debajo. Así que por fin la tensión se desató una noche, aprovechando un pequeño detalle, un comentario sin importancia de mi hermana que mi sobrino tomó como excusa para montar la madre de todas las batallas, la batalla final. No voy a entrar en detalles porque, por desgracia, yo no pude ir a socorrer a mi hermana y me tuve que quedar en el hotel, con mis hijos, "mordiéndome las uñas" por no saber qué estaba pasando. Así que no hablaré de lo que no vi, pero sí de lo que viví después: ya de madrugada, después de recoger cuatro cosas y dejar a sus hijos en casa de mi otra hermana, mi hermana mayor y su marido tuvieron que venir a pasar la noche a nuestro hotel. Sólo con ver su cara pude adivinar el horror que acababan de pasar. Creo que nunca vi a mi hermana tan "pequeña", tan desvalida y dolida; en sus ojos la marca del llanto, la rabia y el dolor y en su boca tan sólo una frase que no paró de repetir esos días, "tenía que intentarlo".
La entendí perfectamente, yo también lo intenté un tiempo, también tenía en mi cabeza esa idea de no abandonar la casa de mi madre, de no darle ese disgusto, a pesar de que ya no esté para verlo... esa idea de no dejarnos ganar por gente indeseable, no dejar la casa a su suerte... pero al final fui más práctica, digamos que dejé de lado lo que era justo y opté por lo mejor para mí y mi familia de cuatro, LA TRANQUILIDAD.
Y pasado el mal trago eso fue lo que ganamos todos, no vivir con el alma en un puño sabiendo que mi hermana y su familia tenían que compartir la casa con gente que te mira todo el día como al peor de sus enemigos; saber que nadie va a estar continuamente retándote, poniéndote al límite para provocar que te desenfrenes, no sentir asco por los cambios impensables de la vida de mi padre y mi sobrino "gracias" a que mi madre ha muerto.
Y una vez más salimos del hoyo. Mi hermana consiguió una casa al día siguiente de que la echaran. Es lo que tiene ser buena persona, que siempre hay alguien dispuesto a echarte una mano.
Y de nuevo hicimos una Navidad estupenda, gracias entre otras cosas a la generosidad de mi hermana de Pontevedra que nos abrió las puertas de su casa 24 h al día y además estuvo encantada de acogernos, exactamente igual que mi madre durante toda su vida. Paradógicamente, para los niños fue de las mejores navidades y hasta el mal tiempo contribuyó a que la casa de mi hermana fuese nuestro refugio, lleno de alegría y calor, no sólo por lo alta que tiene la calefacción (ja, ja, ja) sino por lo bien que te sientes cuando la gente que te quiere de verdad está contigo.
Y de nuevo las coincidencias se aliaron con nosotras porque teníamos preparada una sorpresa para celebrar el cumpleaños de mi hermana mayor y después del disgustazo que pasó nos vino que ni pintada para intentar animarla.
Me han quitado "mi Navidad", mis regalos de Reyes en casa de mis padres (33 años dejando los zapatos en el mismo sitio), las películas en el salón con mis sobrinos.... pero ya nos hemos hecho otra Navidad. Y además este año, que tanto nos hacía falta un empujoncito a las tres, yo he contribuido con una de las mayores alegrías del mundo, una personita nueva, mi hija la dormilona. Otra coincidencia que llenó nuestros días de calor. Porque contra los que atacan, los que sólo viven en el odio y desean vernos por los suelos, no hay mejor arma que un bebé, la expresión del amor más grande y más puro. Nada como verla dormir y después observar su sonrisilla al despertar para que todo lo demás desaparezca y sepas que eso es la felicidad.
Evidentemente, como las desgracias nunca vienen solas, al echar a mi hermana de casa hubo más pérdidas que la de la casa. Mi hermana perdió salud, porque la pesadilla de mi padre gritándole "a la puta calle" y echándola de su casa delante de sus tres hijos aun no se la puede quitar de encima; sentir el odio de mi padre, de mi tío llamándolos okupas y de mi sobrino feliz por haber precipitado toda la bronca es algo difícil de quitarse de encima. Y lo conseguirá, seguro, pero yo ni lo perdono ni lo olvido.
Yo perdí personas que creía leales, así que he perdido también seguridad y autoestima. Y sobre todo, por más veces que me pase, no me puedo quitar de encima la incredulidad y la sensación de no saber de dónde ha venido el golpe. Y me veo examinando mi vida con las personas que me han traicionado, analizando cada detalle, buscando el momento en que yo hice algo para que ahora me la devuelvan así. Y no lo encuentro. Y me vuelvo loca. Porque no entiendo nada. No entiendo que pese más una supuesta herencia que una vida ejerciendo de hermana mayor y ni siquiera sé por qué ambas cosas son excluyentes. No entiendo que mi hija, la misma que ha arrancado una sonrisa sincera a todos estas Navidades, no haya despertado ni un comentario agradable, ni una mirada de cariño... y no entiendo muchas cosas que ya ni voy a nombrar pero que me siguen doliendo infinito.
Así que hago lo de siempre, pasar página y, sobre todo mirar hacia adelante, siempre, como mis hermanas y como mi madre. Y mirar "hacia abajo" para encontrarme con mis hijos, que son mi vida, mi amor y mi alegría y el motor que me hace seguir adelante con una sonrisa. Así que me alegro y celebro hasta el infinito la suerte que tengo con mi familia de cuatro y pienso en estas Navidades como una liberación y no como un fracaso. Hemos ganado, por fin, en tranquilidad. Hemos estado juntas, hemos construido, otra vez, una Navidad estupenda para nuestros hijos. Y como somos gallegas sabemos más que nadie que NUNCA CHOVEU QUE NON ESCAMPARA. 
Hoy luce el sol como nunca. O como siempre. A pesar de la lluvia, los temporales y las ciclogénesis... SIEMPRE HAY SOL.
En Navidad dije una cosa que a mi cuñado le encantó así que la voy a repetir también en honor a él, una estupenda persona que ha sido atacada como nunca simplemente por no "reirle las gracias" a los cretinos: "todas las navidades nos falta gente pero es la primera vez que no nos sobra nadie".

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